martes, 21 de agosto de 2012

Aprender a priorizar ACTIVIDAD 2

¿Cuántas cosas hacemos en la vida? ¿Cuántas en un día? Muchas, indudablemente. Pero lo que hacemos no siempre responde a unos fines racionales sino que es fruto del azar, de la rutina, de la irracionalidad o de la voluntad ajena.
El problema consiste en que no sabemos (o no queremos) priorizar las cosas que hacemos en función de los objetivos que deseamos conseguir. El dramatismo consiste en que podría suceder que aquello que hacemos con más frecuencia o más intensidad no sólo no nos permite alcanzar lo que deseamos sino que nos aleja sistemáticamente de ello.
Podemos saber en teoría qué es lo que queremos. Podríamos responder perfectamente a una serie de preguntas o jerarquizar en función de su deseabilidad una serie de acciones. Pero la práctica dista mucho de ajustarse a esa clasificación.
Sabemos, por ejemplo, que estar con nuestros seres queridos es más importante que ganar un poco más de dinero. No dudamos de que hacer deporte es mejor que estar tumbados en el sofá. Estamos seguros de que una comida es saludable y de que otra es perniciosa. Mantenemos pocas dudas respecto a lo pernicioso que es el tabaco, el exceso de alcohol o las drogas. Tenemos la plena seguridad de que hablar con los hijos es más importante que ver un partido de fútbol. Pero…
Lo sabemos en teoría Pero, en la vida cotidiana, es probable que no establezcamos las prioridades de la forma adecuada y deseable. Llenamos la vida de gravilla, de arena y de agua y no podemos luego introducir las piedras de los objetivos más decisivos, de las finalidades más ambiciosas. Es más, a veces, hasta invertimos las prioridades dejando lo más importante a merced de lo intranscendente por el sencillo hecho de que sea urgente. Y ya se sabe que no hay nada más estúpido que lanzarse con la mayor eficacia en la dirección equivocada.
¿Por qué no lo hacemos?
Porque la rutina nos sumerge en un torbellino de acciones consecutivas en cuyo sentido y finalidad pocas veces pensamos. Porque la comodidad nos lleva a establecer una prioridad perniciosa. Porque la falta de reflexión nos hace correr alocados sin rumbo conocido. Porque caemos en trampas que nos tienden diversos agentes interesados en nuestro dinero, en nuestra actividad o, sencillamente, en nuestro tiempo.
¿Cómo se aprende a establecer prioridades? Las personas inteligentes saben plantearse fines y desarrollan acciones coherentes con ellos.
Algunas veces es la vida la que te golpea violentamente con un diagnóstico fatal o con la muerte de un ser querido. Es entonces cuando piensas qué es lo que estás haciendo con la vida.
Lo que acabo de plantear para cada persona es también válido para las instituciones y para la sociedad. ¿Qué es lo más importante en ellas? ¿A qué deben dedicarse? Resulta bastante ridículo, por no decir estúpido, dedicar mucho tiempo y empeño a mejorar aspectos insustanciales y abandonar a la suerte o al azar los más importantes. No es extraño, al olvidar establecer prioridades, que estemos avanzando en algunos aspectos intrascendentes y deteriorando la convivencia y los valores hasta extremos inquietantes. Craso error el no saber priorizar y más craso aún hacerlo de manera equivocada.
Resulta preocupante enseñar con nuestro ejemplo a que los niños y las niñas sigan un camino equivocado. Le acabo de oír decir a Eduardo Galeano (que, por cierto, acaba de publicar un maravilloso libro titulado “Espejos”) que mucho más horrible que mentir es enseñar a mentir. Priorizando de manera acertada, enseñaremos a priorizar.

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